Cento anni fa nasceva a Buenos Aires Adolfo Bioy Casares, che il pubblico italiano conosce soprattutto per le opere scritte con Jorge Luis Borges (tra queste, Sei problemi per Don Isidro Parodi, Il libro del cielo e dell’inferno). Il suo romanzo del 1940 L’invenzione di Morel, particolarmente apprezzato da Borges e da Octavio Paz, ebbe anche in Italia, nel 1974, una trasposizione cinematografica, con Emidio Greco, in quell’occasione, al primo film come regista. Nel centenario della nascita di Bioy Casares – in questo anno 2014 ricorre anche il quindicesimo anniversario della morte – proponiamo l’incipit di Progetti per una fuga al Carmelo, una delle sue Historias Desaforadas, raccolte in Italia nel volume L’orologiaio di Faust, dal titolo di uno dei racconti.
Planes para una fuga al Carmelo
Al professor lo irritaba la gente que se lebantaba tarde, pero no quería despertar a Valeria, porque a ella le gustaba dormir. «Pone mucha aplicación» pensó, mientras contemplaba el delicado perfil y la efusión roja del pelo de la chica sobre la almohada blanca.
El profesor se llamaba Félix Hernández. Parecía joven, como tantas personas de su edad en aquella época (veinte años antes, hubieran sido viejos). Era famoso, aun fuera del mundo universitario, y muy querido por los alumnos. Se consideraba afortunado porque vivía con Valeria, una estudiante.
Entró en la cocina, a preparar el desayuno. Cuidó las tostadas, para que se doraran sin quemarse, y recordó: “Esta mañana Valeria defiende la tesis. No tiene que olvidar los tres períodos de la historia”. Después de una pausa, dijo: “Últimamente me dio por hablar solo”.
Llevó la bandeja al dormitorio en el momento en que la muchacha volvía de la ducha, mojada y envuelta en una toalla. Al arrimarle una taza vio en el espejo su propia cara, con esa barba a retazos blanquísima, a retazos negra, que recién afeitada parecía de tres días. Miró a la chica, volvió a mirar el espejo y se dijo: “Qué contraste. Realmente, soy un hombre de suerte”. La chica exclamó:
– Si me quedo dormida, me muero.
– ¿Por no doctorarte? No perderías mucho.
– Es increíble que un profesor hable así.
– Ya nadie sabe que puede estudia solo. El que está en un aula donde hay un profesor, cree que estudia. Las universidades, que fueron ciudadelas del saber, se convirtieron en oficinas de expendio de patentes. Nada vale menos que un título universitario.
La chica dijo, como para sí misma:
– No importa. Yo quiero el título.
-Entonces tal vez convenga que menciones los tres períodos de la historia. Cuando el hombre creyó que la felicidad dependía de Dios, mató por razones religiosas. Cuando creyó que la felicidad dependía de la forma de gobierno, mató por razones políticas.
-Yo leí un poema. Cada cual mata aquello que ama…
La miró, sonrió, sacudió la cabeza.
-Después de sueños demasiado largos, verdaderas pesadillas -explicó Hernández-, llegamos al período actual. El hombre despierta, descubre lo que siempre supo, que la felicidad depende de la salud, y se pone a matar por razones terapéuticas.
– Me parece que voy a provocar una discusión en la mesa.
– No veo por qué. ¿Alguien duda de que a cierta edad recibirá la visita del médico? ¿No es ésa una manera de matar? Por razones terapéuticas, desde luego. Una manera de matar a toda la población.
– A toda, no. Están los que se escapan a la otra Banda.
– Ahí surge la amenaza de un segundo montón de muertos. Inmenso. Por razones terapéuticas, también.
– Pero eso -con aparente distracción dijo la chica, mientras se vestía- si les declaramos la guerra
– No va a ser fácil. Entre los viejos decrépitos de la Banda Oriental hay negociadores astutos, que siempre encuentran la manera de ceder algo sin importancia.
– Me dan asco -dijo Valeria, lista ya para salir-, pero que posterguen la guerra me parece bien.
– Tarde o temprano habrá que decidirse. No puede ser que en la otra Banda haya un foco infeccioso, un caldo de cultivo de todas las pestes que nosotros hemos eliminado. Salvo que alguien descubra la manera de frenar la vejez… Pero ¿qué
vas a contestar si te preguntan cómo empezó el tercer período?
– Cuando ya nadie creía en los políticos, la medicina atrajo, apasionó, al género humano con sus grandes descubrimientos. Es la religión y la política de nuestra época. Los médicos argentinos, del legendario Equipo del Calostro, un día lograron la barrera de anticuerpos, durable y polivalente. Esto significó la erradicación de las infecciones, pronto seguida por la del resto de las enfermedades y por una extraordinaria prolongación de la juventud. Creíamos que no era posible ir más lejos. Poco después los uruguayos descubrieron el modo de suprimir la muerte.
– Lo que nuestro patriotismo recibió como una patada.
– Pero ni los propios uruguayos lograron detener el envejecimiento.
– Menos mal…
-Con tus interrupciones pierdo el hilo -dijo Valeria y retomó el tono de recitación-. Alrededor de los dos países del Río de la Plata, se formaron los bloques aparentemente irreconciliables, que hoy se reparten el mundo. Los enemigos nos llaman jóvenes fascistas y, para nosotros, ellos son moribundos que no acaban de morir. En el Uruguay la proporción de viejos aumenta. -Sin detenerse agregó:- Son casi las diez. Tengo que irme.
La acompañó hasta la puerta, la besó, le pidió que no volviera tarde y no entró hasta que la perdió de vista.
Un rato después, cuando estaba por salir, oyó el timbre. Recogió un cuaderno de apuntes, que probablemente Valeria había olvidado, empezó a murmurar: “De todo te olvidas, ¡cabeza de novia!”, abrió la puerta y se encontró con sus discípulos Gerardi y Lonher.
– Venimos a verlo -anunció Lonher.
– El tiempo no me sobra. A las once debo estar en la Facultad.
– Lo sabemos -dijo Gerardi.
– Pero tenemos que hablar -dijo Lonher.
Parecían nerviosos. Los llevó al escritorio.
– Lonher -dijo Gerardi y señaló a su compañero- va a explicarle todo.
Hubo un silencio. Hernández dijo:
– Estoy esperando esa explicación.
– No sé cómo empezar. Un amigo, de Salud Pública, nos avisó anoche que vienen a verlo.
Hernández entreabrió la boca, sin duda para hablar, pero no dijo nada. Por último Gerardi aclaró:
– Viene el médico.
Adolfo Bioy Casares, da: Historias desaforadas, 1986
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Progetti per una fuga al Carmelo
Al professore davano fastidio le persone che si alzano tardi, ma non voleva svegliare Valeria, perché lei piaceva dormire. “Ci mette molto impegno”, pensò, mentre contemplava il delicato profilo e l’effusione rossa dei capelli della ragazza sul cuscino bianco.
Il professore si chiamava Félix Hernández. Sembrava giovane, come a quell’epoca tante persone della sua età (che, vent’anni prima, sarebbero state vecchie). Era famoso, anche al di fuori del mondo universitario, ed era molto amato dagli allievi. Si riteneva fortunato perché viveva con Valeria, una studentessa.
Entrò in cucina, a preparare la colazione. Badò alle fette di pane, perché si dorassero senza bruciarsi, e ricordò: “Stamattina Valeria discute la tesi. Non deve dimenticare i tre periodi della storia”. Dopo una pausa, disse: “Negli ultimi tempi ho preso a parlare da solo”.
Portò il vassoio in camera da letto nel momento in cui la ragazza tornava dalla doccia, ancora bagnata e avvolta in un asciugamano. Nel porgerle una tazza vide nello specchio il suo viso, con la barba a tratti bianchissima, a tratti nera, che appena rasata pareva di tre giorni. Guardò la ragazza, guardò di nuovo lo specchio e si disse: “Che contrasto. Davvero, sono un uomo fortunato”. La ragazza esclamò:
«Se non mi svegliavo in tempo, ero morta».
«Perché non ti saresti laureata? Non avresti perso molto».
«È incredibile che un professore parli in questo modo».
«Ormai non c’è più nessuno che sappia che si può studiare anche da soli. Stando in un’aula con un professore, la gente crede di studiare. Le università, un tempo cittadelle del sapere, si sono trasformate in uffici che rilasciano diplomi. Non c’è niente che valga meno di un titolo universitario».
La ragazza disse, come a se stessa:
«Non importa. Io voglio il titolo».
«Allora ti converrà parlare dei tre periodi della storia. Quando l’uomo credeva che la felicità dipendesse da Dio, uccideva per ragioni religiose. Quando credette che la felicità dipendesse dalla forma di governo, uccise per ragioni politiche».
«Ho letto una poesia. “Ognuno uccide ciò che ama… ».
La guardò, sorrise, scosse la testa.
«Dopo sogni troppo lunghi, veri incubi – spiegò Hernández – siamo giunti al periodo attuale. L’uomo si sveglia, scopre ciò che ha sempre saputo, che la felicità dipende dalla salute, e comincia ad uccidere per ragioni terapeutiche».
«Mi pare che così discuterò con la commissione».
«Non vedo perché. Qualcuno dubita che a una certa età riceverà la visita del medico? Non è questo un modo di uccidere? Per ragioni terapeutiche, naturalmente. Un modo di uccidere tutta la popolazione».
«Non tutta. C’è chi fugge sull’altra riva del fiume».
«Ed ecco la minaccia di un secondo mucchio di morti. Immenso. Anch’esso per ragioni terapeutiche».
«Questo però – disse la ragazza in modo apparentemente distratto, mentre si vestiva, – se gli dichiariamo la guerra».
«Non sarà facile. Tra i vecchi decrepiti della Riva Orientale ci sono negoziatori astuti, che trovano sempre il modo di cedere su qualche punto senza importanza».
«Mi fanno schifo – disse Valeria, pronta ormai per uscire, – ma mi pare una buona cosa che riescano a rimandare la guerra».
«Presto o tardi ci si dovrà decidere. Non è ammissibile che sull’altra Riva ci sia un focolaio d’infezione, un brodo di coltura di tutte le malattie perniciose che noi abbiamo eliminato. A meno che qualcuno non scopra il modo di porre freno all’invecchiamento… Ma cosa risponderai se ti chiedono come ha avuto inizio il terzo periodo?»
«Quando ormai nessuno più credeva ai politici, la medicina attrasse e appassionò il genere umano con le sue grandi scoperte. È la religione e la politica della nostra epoca. I medici argentini appartenenti al leggendario Gruppo del Colostro, riuscirono un giorno ad ottenere una barriera di anticorpi duratura e polivalente. Questo significò la sconfitta delle infezioni, presto seguita da quella di tutte le altre malattie, e uno straordinario prolungamento della giovinezza. Credevamo che non fosse possibile andare oltre. Poco dopo, gli uruguaiani scoprirono come abolire la morte».
«Il che, al nostro patriottismo, fece l’effetto di un vero e proprio calcio».
«Ma neanche gli uruguaiani riuscirono a fermare l’invecchiamento».
«Meno male…».
«Le tue interruzioni mi fanno perdere il filo – disse Valeria e riprese il tono di recitazione. – Intorno ai due paesi del Rio de la Plata, si formarono i blocchi apparentemente irriconciliabili in cui oggi si divide il mondo. I nemici ci chiamano giovani fascisti: per noi, loro sono dei moribondi che non si decidono mai a morire . In Uruguay la proporzione di vecchi aumenta». Senza fermarsi aggiunse: «Sono quasi le dieci. Devo andare».
L’accompagnò fino alla porta, la baciò, le chiese di non tornare tardi e non rientrò fin quando non la perse di vista.
Qualche tempo dopo, mentre stava per uscire, sentì il campanello. Raccolse un quaderno di appunti, che probabilmente Valeria aveva dimenticato, cominciò a mormorare: «Di tutto ti dimentichi, testolina innamorata!», aprì la porta e si trovò davanti i suoi studenti Gerardi e Lohner.
«Siamo venuti a trovarla» annunciò Lohner.
«Non ho molto tempo. Alle undici devo essere in Facoltà».
«Lo sappiamo» disse Gerardi.
«Ma dobbiamo parlarle» disse Lohner.
Sembravano nervosi. Li accompagnò nello studio.
«Lohner – disse Gerardi indicando il suo compagno – le spiegherà tutto».
Ci fu un silenzio. Hernández disse:
«Sto aspettando questa spiegazione».
«Non so come cominciare. Un amico, del Ministero della Sanità, ci ha avvisato ieri sera che verranno a visitarla».
Hernández schiuse le labbra, sicuramente per parlare, ma non disse nulla. Alla fine Gerardi precisò:
«Verrà il medico».
Adolfo Bioy Casares, da: L’orologiaio di Faust. Traduzione di Fausta Antonucci, Edizioni Studio Tesi, Pordenone 1990, pp. 5-8.